Antonio Manzano

Y he visto...

Observatorio del Arte de Arnuero

25 de junio a 21 de julio

A lo largo de mi vida y en mis viajes he comprobado que, aunque cambie el país, siempre hay una realidad común: gente que lo pasa mal hablen el lenguaje que hablen. Esta exposición es un intento de mostrar lo que he visto: he visto angustia, he visto miedo, y he visto el llanto de los hombres.

Antonio Manzano

Que no esperen quienes hayan seguido mínimamente los trabajos de Antonio Manzano- entre los que me encuentro -que su conciencia no será otra vez vapuleada sin piedad tras visionar su última propuesta. Manzano, un fotógrafo con una amplísima trayectoria, lanza con esta serie una nueva andanada contra mentalidades complacientes o alegremente indulgentes con el, por otra parte, cada vez más amenazado Estado del Bienestar. Apoyado en la fuerza de un código que él domina a la perfección - el blanco y negro - nos invita a realizar un viaje particularmente incómodo hacia la desesperación de quienes no tienen absolutamente NADA. Un mundo que el autor muestra anónimo, muchas veces sin rostro y sin lugar o raza concreta. El infierno está mucho más cerca de lo que nos creemos y no tiene nada de justo ni de divino, parece decirnos Manzano con estas imágenes captadas en Berlín, París, Londres o Estambul.

Y- como siempre- la alta resolución, la impecable maestría de la puesta en imagen, juega a favor de que el mensaje llegue como un mazazo al receptor… y duele.

Gaizka Villate, Nava de Ordunte , 15 de mayo de 2021

De casta le viene al galgo (Javier Vila)

Antonio Manzano (Valladolid, 1949) es hijo de fotógrafos y castellano. Esas circunstancias marcan su vida y su obra. La de un niño de postguerra, crecido en una España negra, austera, enjuta y parca en todo. Y así es su imaginario fotográfico, impregnado del claroscuro de una historia que se repite, de un mundo en blanco y negro, de un color desaturado, como el de aquellas películas “iluminadas”.


La cámara de Antonio siempre apunta a tierra, a las raíces, a las personas, a los desclasados, a los desamparados. A la gente como nosotros. Su mirada es frontal y desprovista de todo artificio. Él mira a los demás desde detrás de sus pobladas cejas, pero lo hace con los mismos ojos con los que se mira a sí mismo. Sin compasión. Con esa honestidad brutal de los hombres acostumbrados a las inclemencias del tiempo y de la historia. La suya propia.

Dice Manolo Laguillo, en su libro “¿Por qué fotografiar?”, que cuando un fotógrafo es honesto, el conjunto de su obra configura su autorretrato. Y eso es ni más ni menos lo que ocurre con Manzano. Cuando miro sus fotografías me parece estar escuchándole hablar de su comprensión del mundo, del que nos ha tocado vivir.


La fatiga de las calles empedradas, del esfuerzo cotidiano, de la lucha por sobrevivir; el recuento de unas pocas monedas; la mano encallecida, con la línea de la vida agrietada; la agonía de unos peces dando los últimos coletazos sobre la dársena; la agitación de los chavales ante la picada; el ataque ansioso al bocadillo en el vagón de tercera;  Una mirada perdida a través del vidrio empañado de una vieja ventana; el asombro de unos críos a la intemperie; la mirada penetrante de unos ojos cansados en una cara borrada por los avatares; una tierna maternidad contra todo pronóstico… Ese es el imaginario en el que reconozco la mirada constreñida por el dolor vital de Antonio Manzano.

Javier Vila


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