Miguel A. García

 El Gran Experimento

Miguel Ángel García

Observatorio del Arte de Arnuero

del 18 de agosto al 30 de septiembre


     Dudo de que toda la filosofía de este mundo 

     consiga suprimir la esclavitud;

     a lo sumo le cambiarán el nombre.

Marguerite Yourcenar. Memorias de Adriano


 


Hablar de esclavitud es hacerlo del ser humano. Aunque estemos acostumbrados a relacionarla con personas de piel oscura, con África, con el mundo anglosajón, la realidad es que ha existido siempre en muchas culturas. Sin embargo, el proceso a gran escala se produce entre los siglos XV y XIX e involucra a todas las potencias europeas que permitieron esta práctica inhumana y España no fue una excepción. Es difícil asumir que gran parte del desarrollo de Europa se basa en el comercio y explotación de personas procedentes de otras partes del mundo pero los hechos, las cifras y los documentos están ahí. En torno a quince millones de personas fueron desplazados forzosamente a América y convertidos en personas esclavizadas con el único fin de obtener beneficios económicos. Mirar para otro lado no arregla nada, pero conocer lo que sucedió nos ayuda a mejorar como sociedad y como individuos.

 

El proyecto El Gran Experimento que se presenta en el Observatorio del Arte, si bien trata de la esclavitud no es una historia de la esclavitud, sino que habla de un fenómeno muy concreto, desarrollado en isla Mauricio en 1834, concebido como un ensayo de ingeniería social, organizado y planificado desde Gran Bretaña, mediante el cual (como si de un experimento de laboratorio se tratase) los esclavos se convertirían en personas “libres” iniciando así la abolición de la esclavitud. La condición principal para conseguir la liberación sería trabajar cuatro años sin percibir ningún sueldo. Una forma de resarcir a los esclavistas, que se vio acompañada además por otra indemnización multimillonaria por parte del Estado británico que sus ciudadanos terminaron de amortizar nada menos que en 2015. Un verdadero escándalo. Huelga decir que los esclavos nunca recibieron ni un céntimo.


Pero este experimento social, ¿por qué surge? si la esclavitud arrojaba granes beneficios que servían para financiar el esplendor de las mansiones europeas, inundando las capitales del viejo continente de un imponente urbanismo, mientras que los productos de ultramar llegaban con facilidad y se consumían con entusiasmo: café, tabaco, té, azúcar… Todos productos estimulantes. Todos prescindibles, curiosamente.

El hecho cierto es que según señalaba Adam Smith, el prestigioso economista escocés, era “más rentable trabajar con hombres libres que con esclavos” porque eso permitía una mayor libertad de contratación sin las obligaciones de mantener al esclavo. Y ese es el origen real de la abolición, condimentado con el argumento de las razones humanitarias que esgrimían, entre otros, los cuáqueros.

El azúcar tiene un papel esencial en esta historia porque durante siglos azúcar y esclavitud estuvieron muy ligadas y condicionaron la historia colonial, especialmente en el Caribe. De hecho, de su explotación sobre la base de personas esclavizadas surge una casta social, la sacarocracia, que pasó a desempeñar un papel relevante en el impulso del capitalismo industrial.

 


Para imaginar el tráfico de millones de personas esclavizadas y el viaje de semanas en condiciones infrahumanas hacen falta grandes inversiones, barcos, marineros, seguros de viaje (“piezas de ébano”, llamaban a los esclavos), grilletes, látigos, enfermedades, sed, mucha sed, castigos, ver el mar a través de una escotilla, mucho dolor, muerte, muerte, muerte…. Se calcula que en esos viajes murieron de dos a tres millones de personas, muchos de ellos arrojados por la borda para cobrar el seguro.

Los que llegan al destino han perdido a su familia, no saben dónde están, son obligados a jornadas extenuantes de trabajo por poco más que la comida y un espacio donde dormir. Después de un tiempo, comienzan a levantar sus pequeñas cabañas para guarecerse de la lluvia y de los animales recogiendo materiales de aquí y de allá, (maderas, hojalata),... Son habitáculos hechos de recortes, un mínimo espacio donde vivir. Al otro lado de la plantación, junto a frondosos árboles y macizos de flores pueden ver la hermosa mansión colonial del esclavista, con elegantes barandillas y verandas con filigranas, símbolo deslumbrante del poder.

 

¿Y qué queda hoy de todo aquello? ¿Sólo la almibarada imagen de un drama de época envuelto en el frufrú de los vestidos color pastel de las damas que se dejaban acariciar los oídos por algún heredero de otra plantación? No. Han pasado casi doscientos años y el mundo ha cambiado mucho, pero la esclavitud sigue ahí. Con otros nombres, con otras formas (matrimonios forzados, esclavitud sexual, mendicidad organizada, trata de personas, venta de órganos) pero no ha desaparecido. Ahora hay 50 millones de personas en el mundo, segun la ONU, en régimen de esclavitud y aunque las leyes las hacen los politicos, todos, con nuestras decisiones de compra, por ejemplo, podemos contribuir a que esta inhumana lacra algún día deje de existir.

 

Desde un punto de vista artístico, las imágenes del proyecto pretenden sugerir, más que documentar. Y aunque la fotografía está en la base de todo el trabajo de campo realizado en Mauricio para el proyecto, los recursos al dibujo o al collage permiten descubrir aspectos menos evidentes, acudiendo a la paradoja visual o a la metáfora para escarbar en la imagen y acercarnos a una historia llena de silencios y tergiversaciones.

Después de cinco años de investigación y trabajo, las obras que componen esta exposición son el fruto de un riguroso proceso de depuración que ha sido ampliamente revalidado por miles de visitantes y cerca de cien visitas guiadas, que tras su paso por la Biblioteca Central de Santander y el Museo Nacional de Antropología, ahora recala en el Observatorio del Arte de Arnuero, contribuyendo a expandir el proyecto y a descentralizar la cultura. 

 

Miguel Ángel García

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